No quiero seguir. May 2012



Tengo días tratando de escribir algo. Normalmente, cuando pienso, tengo la lucidez suficiente para entenderme, para traducir cada palabras de mis emociones, y comprendo perfectamente qué es cada cosa que viva en mí, lo que pase en mí, porque he dejado de ser hipócrita (al menos conmigo mismo).

Llevaba interrumpidas horas con extemporáneas interiorizaciones, viajes internos a ese analizar y comprender -humano- que me es propio y de cada quién; en este mundo de interioridad que, difícilmente asomamos a otros y, si “milagrosamente” llegamos a sacarlo, resultamos decepcionados, pues, si a pocos importa, nadie lo entiende (salvo uno) (prisionero de este carapacho de carne y hueso) ¡Con la excepción de Dios! (¡Claro!) (Soy uno de Sus accidentes) ¡Ja! ¡Ja!

En esos gratos momentos de lúcida introspección, esos que -por ventura- Dios y nuestras vidas nos han otorgado como supremo privilegio del yo, me quejaba. Pensaba para mí mismo: “¿De qué me sirve ésto? He dejado de ser, en muchos aspectos, el viejo hombre, ese que Paulo Saulo tipifica en sus cartas; he dejado de ser lo vil o lo despreciable que pudiera ser (para mí o cualquier ser) ¿Qué ganancia tenía?”

Muy abajo, casi en lo visceral de mi mente, me preguntaba: “¿Qué gano con mi integridad? ¡Para qué algún intento en mejorar la rectitud moral, que trasciende (a veces) a lo espiritual? (y estoy muy consciente de que, si hallo un billete de 100 Bs en la calle, no miraré a los lados, para buscar a quién se la haya caído) (aunque, estos días, en una panadería, a una desconocida se le cayeron 50 Bs y, junto con otro, le advertí recogerlo: O lo haría yo) ¡Je! ¡Je!

¡Me daban ganas de llorar!

Le decía, yo, a Dios en mi soledad: “¿En qué me estoy convirtiendo?... Si esta es la vida que consigo ¿Para qué quiero vivir una eternidad?”. (Este presente debería ser la antesala de ese futuro: No luego).

Por otro lado, meditaba: “¿Cómo puedo hablar de un Dios vivo, un Dios que oye nuestras peticiones, si YO MISMO no hallo Sus respuestas?” (y mire que algo pasa).

Despotricaba de la religión. Criticaba algunas nociones o rudimentos que practican otros; pero jamás podré saber cómo Dios trata en la vida de otras personas (ni cómo las moldea, mientras yo sea moldeado).
Me reía de ciertas posturas religiosas, esos clichés recurrentes, que se asemejan a un parche en la boca de muchas personas, a un chip implantado para repetir lo que aparezca en sus cerebros (todos lo tenemos).

Mentalmente tomaba notas.

Hacía mi diálogo (un monólogo interior) que nunca pude verbalizar en letras, pero lo tenía claro (intermitentemente). Sabía que debía escribirlo (debo escribirlo) y -hoy- no lo sé (aunque estás lágrimas no las podré escribir como letras) y mi único testigo es Dios y la mirada absorta de este monitor que no cesa de verme, mudo, sordo, pero una extraña mujer (A.A.) en alguna parte de los sucesos me hace preguntas, algunas las sé responder, pero no hallo contestación a lo que espero por respuestas (y sé que, con ella -quizá- las encontraré: Al menos usa su teléfono).

Me sentía decepcionado.

Una cosa es hablar o discutir con la razón, pero otra cosa es hallar los debidos argumentos -el abanico de evidencias- que se pueda compartir con un público que no es mi audiencia. En un sentido, mi dilema, es el mismo que cualquier humano, cualquier pensante, que se debate en un duelo a muerte con la duda o la verdad (y mis dudas son pequeñas, pero me gusta vivir con respuestas prácticas, oportunas).

Tanta gente dice cosas (más que yo) que me sentí molesto: “¡Dios! ¿Por qué no les hablas Tú? ¡Sí! Tú mismo.” ¿Por qué esa insistencia, molesta y religiosa, de que “la Biblia es la palabra de Dios”, cuando sé que ESO NO ES TODA LA VERDAD?.

Me disgustaba.

Millones de persona ya te niegan, nada creen, y su fe la vuelcan hacia otras experiencias (de la naturaleza que sea).

No hace mucho que salí de algunas estructuras, me retiré de algunos credos; pero sigo viendo que TÚ NO ERES MUDO, que hablas (cuando te place) y has tenido -a bien- hacerme ver las cosas como SOBERANAMENTE te da la gana ¡Eres Dios! (y no me interesa invadir tu lugar).

Pensaba en aquellos que, presionados por sus muchas decepciones, sus repetidas cuitas o sinsabores, no quieren escuchar a nadie (y menos un retórico “Dios te ama”, cuando sus esquemas se desmoronan como el mundo y nada augura que será para levantarlos, sólida y definitivamente, en un nuevo orden).

Reprochaba, yo, a Dios, y quería sentarlo en mi banquillo de los acusados: “Respóndeme Tú, con esa verdad”.

No quise, ni quiero (ni querría) ridiculizar Su trabajo.

Me dolía, me inquietaba -todo ese todo- como si estuviera perdiendo más de mi tiempo (y sé no soy el único que se siente, así).

A la edad de 50, cualquiera que viva como yo, podrá notar cambios: Algunos internos, otros externos.



Por fuera, no me ocupo mucho. Por dentro, inevitablemente, no puedo hacer remiendos al friso interior de mi alma. Puedo engañar, al mundo, si lo quisiera; pero -a mí mismo- no puedo mentirme. Y sería lo más pendejo que pueda intentar alguien, en lo que le quede de vida.

Si alguno me preguntase: “¿Qué es la vida?”. Con sinceridad, respondería, no tengo esa respuesta (quizá debe descubrirla, cada persona, por cuenta propia) ¡No lo sé! (pero incluir a Dios, en ella, podría ayudar mucho).

Pero, ¿qué pasó desde que intenté “justificarme”, defender mi “integridad”? (la cual no tengo, si soy absolutamente justo). Además, no imito a Job, sólo que deseo algún beneficio terreno, por pequeño que sea o parezca.

¿Cómo decirle a la gente -QUE DIOS LES AMA- si no me da Él alguna evidencia tangible y terrenal? (no soy hablador de paja) (aunque pueda escribirlo y tardar demasiado).

Conocí a un grupo de personas, aprendí de sus ideas, sus opiniones (y no son como las mías).

Me hice un plan de contingencia (poco planifico cosas) y lo que buscaba “toda mi vida”, parecía alejarse (a los 50 ya comienzas a ver que algunas cosas, ciertamente, fenecen o mueren) ¿Se muere tu Esperanza?

Habían pasado muchas cosas...

Si me permito -a vuelo de pájaro- comentarlas, tardaría un rato; pero, quizá, te sirvan de referencia.
Regresé de Colombia en Julio 2010.

No tenía planes de volver a Venezuela. Había dicho, no volveré, “Jamás y nunca”; pero, el pasado ni el futuro, nos pertenece (es un alivio) (hay menos trabajo viviendo un día a la vez).

No soy mal agradecido.

Si hubiera vendido todas mis cosas, para mudarme a otro país; no sé bajo qué puente tendría que buscar cobijo, para dormir (Gracias a Dios, no lo he perdido todo).

A mi llegada, terminada una relación de casi 2 años de cohabitar, besar y abrazar; mis ojos “miraron” a una negrita... Pero su religión, su forma ciega de fanatismo, me alejó y me advirtió un posible error que evité (evitamos). Sin embargo -esa atracción- me sirvió para entender que, interiormente, no quedó un daño irreversible, que ya pueda sentir o volver a amar (pero no dónde las diferencias sean obstinadamente abismales o la incompatibilidad nos resbale a ambos).

Seguí adelante, con los ojos abiertos (la cartera vacía) pero atento (y deshojando pétalos a cada margarita). ¿No he sido, así, toda la vida? (¿Cómo negarlo?)

Aunque no soy de los que vuelva en retroceso, giré la cabeza atrás y miré el horizonte del pasado: No lo añoro, pero puedo ver lo que se suelta, lo que abandono o se ha ido.

A mi edad, aunque no me pese, debo ser realista: Más de la mitad de mi vida se ha ido en eso de “ensayo y error” y, aunque me quedaren 20 años para disfrutarlos, mi cuerpo cada día se muere, mi libido ya no es la de 18 – 30, y mi amigo número UNO... ¡Cae o muere! (le pasó a mi padre) ¡Ja! ¡Ja! (no puedo ser tan tonto para ignorar ese cambio biológico).

Al volver la vista (no ha sido un solo día) noté que hay cosas que no dejaría.

He podido dejar -atrás- a conocidas y desconocidos (eso no me pesa).
He podido caminar, solo y a solas, aunque esa nunca fue mi meta (ni mi primera intención).
He podido vivir, sin mucha complicación; pese a que estos tiempo se harán más difíciles.
He podido querer, pero no puedo amar ni a las gordas ni a las viejas (obvio que mi gordura me pesa, y la edad no me contenta, en mi pobreza).

Criticaba, a Dios, mis días y decía: “¿De qué me valen?”. Ya sé que, con soltura, rechazo propuestas “amorosas” (porque sé cuándo o cómo, éstas, no tienen que ver con el amor genuino, mis gustos, o la espontaneidad de mi razón).

A mi edad (siendo pobre) uno no puede andar con más exigencias de las que antes se tenían: Hay que bajar la guardia...

Racionalmente sé debería hacer así ¡puedo ser así! (pero hay un standard emocional del “DEBE SER y PUEDE SER” que me grita, me alienta o me enfrenta).

¡Toda mi vida la he buscado! (una mujer así) (la edad no le hizo mellas).

Ésta aventura de logros y fracasos, sin quererlo, la ha idealizado, la ha soñado y -la inconformidad- ha desdeñado a más de una (porque no se parece a ese modelo) (mismo que existe en raras películas y en los romances de los sueños).

“¿Por qué Dios? -le decía yo- “¿Por qué nuestras almas sueñan?” (Despiértame a otra verdad).

Para qué vivir una vida, esta insulsa existencia, cuya retórica insiste en cosas intangibles o inalcanzables y, muchas veces -Tú mismo- eres parte del problema (yo no nací solo) (alguien MÁS me trajo).

Tomé una hoja en blanco y la colgué del escritorio.

Quería escribir, quería decir; pero estaba (estoy) bloqueado. Una cosa es pensarlo, otra cosa escribirlo (y ahora entiendo este ejercicio de los escritores: ¿Saben cuántas hojas hay que romper, a veces, antes de publicar cualquier cosa?).

No hace mucho escribí algo “En Las Alturas” (para Blue Carolina). Fue mi primer gran ejercicio para “entender” lo que hace un verdadero escritor:
  • Sentir y dialogar con el protocolo de mis emociones y traducirlas a estas ideas.
  • Escribir
  • Publicar.

Aunque aquel es un pequeño trozo de letras, pasé -en ello- más de 12 horas y, a decir verdad, más de 24 horas de días. Como lector, leyéndome a mí mismo, pude comprender a una andinita que aportó muchísimo más de lo que admito (ella fue la fuente de la inspiración) (si conviene hablar de ello). Mi lección, lo que aprendí, es que jamás había ANALIZADO cada palabra, cada sentencia y sus secuencias, dentro de la estructura de cosas que “veía” o narraba (ella enviaba mensajes de texto yo hacía de intérprete de mis emociones).

Al terminar, cuando publiqué, ella logró ver “la obra” y, para mi sorpresa, confesó que -leyéndola- ella lloraba (lo hizo más de una vez) (el resto es sólo mío y de ella).

No aclararé los detalles (la intención no era esa). Sin embargo, que yo sepa, es la 1ra vez que algo me cuestó tanto. ¡Me fue difícil escribirlo! Normalmente tengo las ideas, todo fluye con naturalidad -inspiración- como si fuera un experto pintor de palabras; pero ese día, tanto como esta semana, he tenido la complicación para hallar esa simplicidad expresiva a la que hoy renuncio ¿Sabes por qué?

¡Te hallé a tí, mujer! (o fui hallado de ti).

Judía, Gitana... Niña... ¡o loca! (no lo sé).

Pero me agradas.

Me había hecho unos planes.

Ya pensaba otras cosas, antes de conocerte.

Pero giraste mi vida unos 180 grados (no daría otra vuelta para quedar en lo mismo).

Llegaste tú, con esas cosas, y se ha resbalado mi “armadura” (dejándome desnudo) y ya no me importa.

Sé que no logré vaciar muchas de mis ideas (siguen quedas y latentes) ¡Saldrán! Como se pare a todo hijo.

Sé que hay muchas y particulares diferencias: No pensaré en ellas... Y, más bien, pensaré en los puntos de encuentro, gratas coincidencias (nos crió una abuela) y, sin comentar más, acepto tu amistad. Asumiré algún costo y el riesgo: Vales alguna pena (me quitaste la armadura) ¿Por qué sentir vergüenza? (aunque me dé, cierto friíto) ¡Je! ¡Je!

Me había propuesto, siguiendo un mal consejo, no avanzar más; pero renuncio (te lo agradezco). Ya quería yo -como te dije- terminar esta carrera y que me sacaran del mundo (pero me doy un plazo) ¡Vales las penas!

¿Cómo y con qué corresponderte?

(algo más de una hora conversando) (tengo algunas ideas).

Y todo lo que, por compromiso asuma, implica algún cambio a los que seré totalmente nuevo (tenme paciencia) (había abandonado La Esperanza) (no sabía te habría, en mi plan de “contingencia”). Me sorprendiste ¡Me sorprendes! (y yo, renegando de Dios).

En mis charlas, mi conversado silencio, le decía: “¿Te equivocaste conmigo? ¿En qué me he convertido? ¿Para qué me sirve evitar la promiscuidad? Cuando hiciste a la mujer... ¡Ese día me ignoraste!”

Había una rabia que no le confesaba.

Era una furia que puse al control de mi piloto automático (y no Le supe hablar) (hoy, tampoco, lo sé).

Había esta lucha interior. Este reproche conmigo mismo: “¿Por qué otros disfrutan y me niegas ese mismo derecho? ¿Por qué otros desprecian -a varias- y a este pobre pendejo Lo ignoras? ¿De qué me sirve servir a Tu justicia?”

Si al haber de esos momentos -una docena, cada día- te pensaba en reproches: “¡Dios! Me ignoraste”. Me decía, a solas conmigo -caminando las calles- “¿Por qué ellos y no yo?” (No se trataba de envidia, sino de justicia CONMIGO, también por otros). ¿Saben cuántas personas están en peores condiciones que LOS QUE REPROCHAMOS A DIOS?

Me di un paseo.

Corrí de mis ideas, dándome un descanso: Era un asedio.

Conté mis dedos, miré mis brazos, noté mis piernas: Estoy completo.

¿Hay paralíticos?
¿Hay mutilados?

Pero un repentino reproche paraliza.
Una frecuente recriminación nos mutila...
y, sin advertir, hay más paralíticos emocionales -más mutilados a la verdad- que aquellos quienes hagan frente a sus impedimentos físicos aparentes, circunstancias económicas temporales o al aspecto cultural que pudieren amenazar (aprender no mata).

“¡Dios!” -me dije- “¿Ella es un espejismo? Alguien distinto a un Dejavú”. ¿Es alguien real? Pregunté yo.

Adivina tú qué pasó -si lees- si ella es real u otra de mis fantasías (te reservo el beneficio de la duda).

Me encuentro en la encrucijada.
Alguna vez pasarás, quieras o no, por alguna de ellas (de tí depende mucho, lo que llamamos “futuro”).

Hay un nudo en mi garganta. Una sonrisa en mis labios (y el sarcasmo de la incertidumbre se oye a mi espalda).

¿Cómo manejarme?

Salí de una bonita relación en Octubre 2011. Las diferencias ya las había advertido, denunciado y, éstas de hoy -aunque similares- son distintas (hay algo de miedo) (puedo predecirlo: Soy cobarde a lo que no quiero que termine, a lo que deje de ser hermoso, a quien pudiera asirme). ¡Por qué no a ella?

Me lanzaré en tus brazos, papá.

Ella giró mi vida 180 grados, pero las lecciones de la vida no se olvidan: He estado allí.

Aunque diga ser judía, no lo es tanto, como yo.

Aunque es la persona más hermosa que haya conocido (que mi finita mente recuerde) tengo algunas ideas que no debo abandonar... Aunque ya abandoné a otras, y me despido de los “amigos”.

“¿En qué me he convertido, Señor?”

Como disfruto cada rato que invierto -felizmente- en ella, con ella, por ella (¡Tú lo sabes!) (Ella lo sabe). ¿Estaremos encandilados? ¿Será nuestro espejismo?

(Ya no quiero hablarte)

Hago una pausa, en mis silencios, y deseo escupir la lengua; para no hablar más conmigo.

Abro los ojos, y tinieblas, hallo en los pasillos interiores de mi razonamieto: ¿No he contado esas piedras de tropiezo, a lo largo de 50 años? ¿Ya no sé -tantas cosas- a las que este humano es vulnerable?

No se ha ido (y me despido).
No se marcha (y soy -yo- quien huye).

“¡Papá! Ella no era la señal... ¿O sí?”

AMOR CON HAMBRE NO DURA” (Esa es la lógica, hace siglos) ¿Cómo controvertirlo o negarlo? ¡Mírame a mí! Hay millones, peor que yo. ¿PENSASTE EN NOSOTROS?

Podría seguir escribiendo, una hora o dos, y jamás dejarías que escribiera lo que ya Tú sabes (y yo sé).

Podrías estarte tú, aquí, conmigo; pero no es eso lo que quiero “¿Pensaste en mí? ¿Pensaste en ella? ¿Pensaste en TODOS?”

No voy a volver a ser rechazado.

Hace mucho los rechacé (no me alegro de ello) (tampoco lo disfruto) pero ¡no soy como ellos! ¿Qué debo hacer? ¡Mira, viejito! Son 50 años metido en esto y, AUNQUE ESA MUJER ME FASCINA, no voy a seguir si no me bendices.

Sé que la trajiste.

Esto no es algo que se haya hecho de la nada ni solo, pero ¡Sin tí NO sigo!

“(Tú sabes lo que te pido)”

“Tú me conoces, papá. No temo otro avance. Pero ¿volveré a pasar por lo que aprendí con Elizabeth?”

¡Noooooooooooo!

Advierto esa piedra en mi camino. Yo no pensé ni diseñé este mundo y “lo que es del cura va pa´la Iglesia”... “¿Viste que ella piensa distinto?” (que nos parecemos) y, a la vez, ella es alguien tan distinta (no entiendo quién la dejaría) (pero comprendo mis razones: No quiero otro fracaso).

Si tú, si este mundo, pretende retocar las pinceladas que va dando a mi vida ¡Me retiro! (aprendí de esa escuela).

Si quieres reforzar el aprendizaje del dolor, del desencanto ¡búscame en otra aula! (retiro esta materia).

No tengo lo que Tú y yo (y ella) sabemos hará falta ¿Debo publicarlo?

La vida me ha enseñado y, este rol en tu teatro, me harta:
  1. Si me has hecho un regalo, me gusta su envoltorio: ¡Dámelo completo!
  2. Si quieres que proceda, Tú sabes los remedios de los medios.
  3. Si debo descubrirlos -implementándolos yo- muestra los caminos y esa fuente de recursos.

El resto es tan “perfecto”. Da devuelto lo que pensé sería mi vida, pero hay realidades que no resolví en medio siglo ¿Cómo las concluyo ahora? (y esto es una oración que -por miles- yo te ruego).

NO quiero una eternidad.

Si esto es el loop de la vida ¡desconectame! (ya no me interesa).

Si esta escuela nunca termina, no me interesa el pensum de estudio: Dame paz eterna.

Ella actúa como un ángel, pero no quiero ser yo dios. ¿Es así la eternidad?

¿Cómo puedo decirle -a centenas- que lo celestial es mejor? Que el presente, por insulso o complejo que sea, es un asunto “temporal” y NO PROVEES una respuesta contundente a cuestiones existenciales esenciales:
  1. Comprensión
  2. Autoestima y edificación mutua.
  3. Amistad incondicional de otros seres, con humanos.
  4. Amor, con esa persona que nos guste, a quien amenos y entendamos, POR SER LA PERSONA QUIEN ES y no por la fantasía que caprichosamente se nos antoje o prefiramos.

Son muchas cosas -Dios- las que querría decirte, y no sé decirlas. Me has encerrado, me has impedido, en todo aquello que me propuse escribir, pero -intuitivamente- sé que son reales, vitales, y no me has ayudado a confesar, a divulgar, como si mis emociones fueran solo mías (y hay millares que lloran sus secretos) y, tampoco, han podido parir algunos de sus sueños: ¡No quiero ser Dios! No quiero una eternidad.

¡Apágame!

¡Desconéctame!

Este no es un modo de vivir, sino de dar vueltas y vueltas sobre sí mismos, como siendo parte de algún ciclo (y no soy de los que giran) ¡Tú me conoces, viejo! (y ya no quiero seguir).

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